Al ingresar al penal, las internas son minuciosamente requisadas y despojadas de todo aquello que haga referencia a su individualidad. Solamente un atado de ropa las une al afuera por la ruptura con los vínculos, con los afectos, con las posesiones que significa el encierro.
El penal despersonaliza al punto tal que sólo les queda como lugar propio y soberano el cuerpo, desde el cual y con el cual hablan. Teniendo en cuenta que la circulación de la palabra no es lo propio en el ámbito carcelario, el cuerpo como instrumento y territorio privado las habilita a la expresión. Los tatuajes y las marcas son el lenguaje silencioso que cubre la falta de palabras. A veces las marcas que implican una protesta, un reclamo son intermediarias entre ellas y los otros. Pareciera que los tatuajes permiten sostener una vinculación afectiva desde el encierro, ya que en general las internas tienen inscriptos los nombres de sus seres queridos. Es la forma de sentir cerca a quienes a veces ya no las visitan.
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